Placa conmemorativa situada en la Sacristía del Santuario en memoria de los hermanos Auroreros sepultados bajo el camarín de la Virgen de la Paz
La Hermandad del Santísimo Rosario de Ntra. Sra. de la Paz y Ntra. Sra. de la Aurora conmemora la efeméride del 275 aniversario del fallecimiento del hermano aurorero Bartolomé Gago, del cual tenemos constancia gracias a los escritos del Beato Fray Diego José de Cádiz y de su propio testamento de oraciones y sacrificios -que obra en poder de la Hermandad- dejando testimonio de que fue gran devoto de la Santísima Virgen de la Paz y perseverante en el piadoso ejercicio de entonar alabanzas a la Santísima Virgen a través del Canto de la Aurora.
Hasta tal punto fue su piedad y devoción que, según nos relata el Padre Fray Diego, el hermano Bartolomé Gago fue partícipe y testigo directo de muchos de los milagros atribuidos a la Virgen de la Paz, entre ellos, el de la aparición del arcoíris en la hora de su muerte (milagro del que, por consiguiente, también se conmemora el 275 aniversario), llegando incluso a ser sepultado bajo el camarín de la Santísima Virgen, donde, aún hoy, reposan sus restos. Todavía, las hermanas Esclavas y los alumnos del Colegio Sagrado Corazón siguen conociendo el pasillo que se encuentra bajo el camarín que comunica la sacristía con el colegio como “el pasillo de Bartolo”.
Desde siempre, la Hermandad de la Aurora ha sentido una especial inclinación por mantener viva la memoria y el recuerdo de todos aquellos hermanos Auroreros que han tenido la dicha de pertenecer a nuestra Hermandad para alabar a la Santísima Virgen; tanto de aquellos hermanos que nos precedieron en siglos pretéritos, como lo son Bartolomé Gago, José Ahumada, Bartolomé Esquivel y tantos otros, como de aquellos Auroreros que han sido contemporáneos nuestros y con los que incluso hemos tenido la oportunidad de compartir alabanzas. Como dice nuestra letra del tono de ánimas, mientras la Aurora siga viva, siempre habrá un rezo por el alma del Aurorero, y su voz y su recuerdo perdurará siempre en nuestra hermandad.
Y en esta ocasión, como no podía ser menos, rendimos este pequeño tributo al hermano Bartolomé Gago, fallecido un 27 de febrero del año 1749, y que, además, ostenta el título de Hermano Mayor de Honor de esta Primitiva Hermandad del Santísimo Rosario de Ntra. Sra. de la Paz. Su recuerdo nos sirve de ejemplo y estímulo para continuar en nuestra mariana tarea, pero también nos sirve para tomar conciencia de que otros, mucho antes que nosotros, ya quedaron maravillados por la Virgen de la Paz, y que hoy, somos mantenedores de esta piadosa tradición del Canto de la Aurora, a través de la cual continuamos siendo propagadores del Santo Rosario y continuamos rindiendo culto a nuestra siempre querida Madre de la Paz.
Por todo ello, la Hermandad ha hecho entrega de una ofrenda floral ante el Altar de Ntra. Sra. de la Paz en recuerdo y memoria del hermano Bartolomé Gago, e igualmente, se ha hecho lectura de un breve fragmento del libro de la Devota Novena a la Virgen de la Paz, escrita por el Beato Fray Diego, en el que nos habla sobre la figura de este célebre rondeño y hermano Aurorero.
Dice así el Padre Fray Diego en su libro:
«Entre los más finos devotos de Nuestra Señora de la Paz, que en estos últimos tiempos hemos conocido, son dignos de eterna memoria los hermanos Bartolomé Gago y José Ahumada, fidelísimos compañeros en promover el culto de la Santísima Virgen en esta su Santa Imagen y en alabarla diariamente, tanto en su Santo Rosario, cantando en él cuando salían a prima noche por las calles, como principalmente por las madrugadas, en aquellos mucho días en que, por costumbre o por devoción, se decía Misa y se sacaba el Rosario a la Aurora, para lo cual, algunas horas antes andaban por el pueblo despertando a los devotos y cantando alabanzas a la que es Estrella de la Mañana y Aurora refulgentísima del día felicísimo de la gracia.
En este piadoso ejercicio permanecieron muchos años, sin omitirlo jamás, aún en las noches más destempladas y tempestuosas del invierno, invocando a su amabilísima protectora con la usada salutación del Ave María Purísima.
Continuando en él con mayores créditos de su piedad en cada día, le sobrevino la muerte a Bartolomé Gago, y en ella se vio la singular maravilla de aparecer un arco refulgentísimo y hermoso entre las oscuras sombras de la noche que, principiando en el tejado del Camarín de Nuestra Señora de la Paz, terminaba sobre el cuarto donde se encontraba el enfermo Bartolomé, el cual, en el mismo punto, cantando alabanzas a su dulcísima protectora, como místico Cisne, expiró con señales manifiestas de su eterna salvación, dejando dispuesto que fuese su cuerpo sepultado bajo el camarín de nuestra Madre de la Paz, como así se ejecutó.
Quedó después Don José Ahumada con el cargo de seguir el piadoso ejercicio de llamar por las madrugadas que de tan buen compañero habría aprendido, pero llegada la primera Aurora y no permitiéndole lo profundo y pesado de su sueño despertar a tiempo, se oyó clara y distintivamente en la puerta de su casa la voz del difunto Bartolomé, que, despertándolo con su acostumbrada salutación del Ave María Purísima, le añadió: Hermano Don José, vamos que ya es hora de alabar a la Santísima Virgen. Desde entonces, nunca más volvió a experimentar la natural antigua pesadez de su sueño.
Sucedía, asimismo, que entrando José Ahumada en la Iglesia de Nuestra Señora de la Paz para rezar en la madrugada el Santo Rosario junto a los hermanos que habían concurrido, se encaminaba, ante todo, a la sacristía donde estaba sepultado su amado compañero, saludándolo del siguiente modo: Hermano Bartolomé, Ave María Purísima. Y se percibía como un eco profundo, pero bien claro, le respondía: En Gracia Concebida. Suceso que más de una vez presenciaron el sacerdote que se preparaba para decir la Misa y algunos otros que allí por entonces se encontraban.
En la muerte de éste, se repitió la maravilla del arco resplandeciente, en los propios términos que en la de su compañero, y con las mismas circunstancias de morir en la hora de la Aurora, mientras los hermanos del Santo Rosario de la Paz, que a instancias suyas se lo habían llevado, cantaban, alternando con él, las alabanzas a la Santísima Señora, simbolizada propiamente su misterioso título en el Arco iris, que apareció en la muerte de estos dos singulares devotos: Los que así como en la vida fueron tan parecidos en la piedad, en las costumbres y en el amor a la Reina y Señora de la Paz, así lo fueron en la muerte y aún después de ella, pues yacen juntos sepultados bajo el camarín de su amabilísima Madre y protectora de la Paz».
Tras estas conmovedoras palabras del Beato Fray Diego, recordamos también esta antigua copla del Canto de la Aurora:
Te rogamos a Ti, hermosa Estrella,
Lucero del Alba, Madre de Manuel,
nos ayudes subir a los cielos
con la bella Escala que sabes poner.
Ya sabes cual es,
Arco Iris por el que subieron
nuestros dos hermanos: Bartolo y José.
¡Ave María Purísima!